El tranvía se desliza silencioso entre las fachadas haussmanianas mientras el aire salino del Mediterráneo se mezcla con el aroma del café recién molido que emerge de las terrazas. Montpellier despierta cada mañana con esa energía particular de las ciudades universitarias que han sabido preservar su alma histórica sin renunciar a la modernidad. Aquí, donde los estudiantes de una de las universidades más antiguas de Europa conviven con arquitectos visionarios y amantes de la buena vida, cada rincón susurra historias de ocho siglos de saber y cultura.
Esta 11 cosas que hacer en Montpellier no pretende ser una lista exhaustiva, sino una invitación a descubrir una ciudad que se revela lentamente, como esos vinos del Languedoc que mejoran con cada sorbo. Porque Montpellier no se conquista en una visita; se seduce, se saborea, se vive.
La esencia de una metrópoli mediterránea con alma estudiantil
Fundada en 985, Montpellier ha crecido en torno a su legendaria facultad de medicina, creada en 1289 y aún hoy una de las más prestigiosas de Francia. Esta vocación académica ha modelado el carácter de la ciudad: culta sin ser elitista, moderna sin perder la elegancia, internacional sin sacrificar su identidad languedociana.
La proximidad del mar, a apenas diez kilómetros, impregna la atmósfera urbana de esa luz dorada que solo tienen las ciudades mediterráneas. Mientras que la presencia de más de 70.000 estudiantes inyecta una vitalidad contagiosa en sus calles empedradas y sus bulevares arbolados.
11 experiencias imprescindibles en Montpellier
1. Perderse en el laberinto del Centro Histórico
El Écusson, como llaman los montpellerenses a su casco histórico, es un compendio de siglos de arquitectura francesa. Sus calles medievales, algunas tan estrechas que apenas cabe un carruaje, se abren de pronto en plazas luminosas donde los cafés extienden sus terrazas bajo los plátanos. La rue de l’Ancien Courrier y la rue des Trésoriers de France conservan mansiones renacentistas cuyas fachadas de piedra dorada narran la prosperidad de los mercaderes medievales.
2. Contemplar la majestuosidad de la Catedral de Saint-Pierre
Más fortaleza que templo, la Catedral de Saint-Pierre emerge del paisaje urbano con sus dos torres cilíndricas que desafían el tiempo desde el siglo XIV. Su pórtico gótico, sostenido por columnas que parecen colmillos de elefante, crea un juego de luces y sombras que cambia con las horas. En su interior, el silencio se hace tangible y la luz filtrada por los vitrales dibuja geometrías coloridas sobre el suelo de piedra.
3. Pasear por la elegante Place de la Comédie
Corazón palpitante de Montpellier, la Place de la Comédie es un salón al aire libre donde convergen estudiantes, turistas y montpellerenses de toda la vida. El Opéra Comédie, con su fachada neoclásica, preside esta explanada peatonal donde las terrazas se multiplican y los artistas callejeros ofrecen espectáculos espontáneos. Al atardecer, cuando el sol poniente tiñe de ocre las fachadas haussmanianas, la plaza se transforma en un escenario natural de la vida mediterránea.
4. Descubrir los secretos del Museo Fabre
El Museo Fabre alberga una de las colecciones pictóricas más ricas de Francia fuera de París. Sus salas, distribuidas en un edificio que combina arquitectura clásica y contemporánea, recorren cinco siglos de arte occidental. Desde los maestros flamencos hasta las vanguardias del siglo XX, pasando por los impresionistas que inmortalizaron la luz del Midi francés. La donación de François-Xavier Fabre, pintor montpellerense del siglo XVIII, constituye el núcleo fundacional de esta excepcional colección.
5. Explorar el futurista barrio de Antigone
El arquitecto catalán Ricardo Bofill firmó en los años 80 uno de los proyectos urbanísticos más ambiciosos de Francia. El barrio de Antigone reinterpreta la arquitectura neoclásica en clave monumental, creando perspectivas teatrales que evocan las ciudades ideales del Renacimiento. Sus plazas en cascada, sus columnatas interminables y sus edificios curvados generan un paisaje urbano único donde vivir se convierte en un acto estético cotidiano.
6. Respirar naturaleza en el Jardín de las Plantas
El Jardín Botánico de Montpellier, fundado en 1593, ostenta el título del jardín botánico más antiguo de Francia. Sus cuatro hectáreas albergan más de 2.500 especies mediterráneas y tropicales distribuidas en ambientes que recrean diferentes ecosistemas del mundo. El invernadero Martins, joya arquitectónica del siglo XIX, cobija orquídeas exóticas mientras que la roseraie perfuma las tardes de primavera con sus 400 variedades de rosas.
7. Sumergirse en el arte contemporáneo en el MoCo
El MoCo Montpellier Contemporain ha sabido crear un diálogo fascinante entre arte contemporáneo y patrimonio histórico. Instalado en un hotel particular del siglo XVIII, sus exposiciones temporales presentan las tendencias más actuales del panorama artístico internacional. La terraza-jardín, con vistas a la catedral, ofrece un respiro contemplativo entre las obras más provocadoras del arte actual.
8. Vivir la efervescencia del Mercado des Arceaux
Cada martes y sábado, el Mercado des Arceaux transforma el barrio homónimo en un festival de colores, aromas y sabores mediterráneos. Bajo la sombra del acueducto romano, los productores locales despliegan sus tesoros: aceitunas de Picholine, quesos de cabra de las Cévennes, vinos del Pic-Saint-Loup, flores cortadas que perfuman el aire matinal. Es aquí donde late el corazón gastronómico de Montpellier.
9. Contemplar la ciudad desde el Mirador de la Peyrou
La Promenade du Peyrou, diseñada en el siglo XVII, constituye uno de los paseos más elegantes de Francia. Su terraza elevada ofrece panorámicas magníficas sobre la ciudad histórica, los Pirineos al fondo en días claros, y el Mediterráneo que brilla al sur. El Arco de Triunfo, réplica en miniatura del parisino, y el Château d’eau con su templete neoclásico, componen un conjunto arquitectónico de una armonía perfecta.
10. Explorar las playas de la costa montpellerina
A veinte minutos en tranvía, las playas de Palavas-les-Flots y Carnon extienden sus lenguas de arena fina hasta el horizonte mediterráneo. Más allá del baño y los deportes náuticos, estos litorales salvajes ofrecen espectáculos naturales únicos: las salinas rosadas donde anidan los flamencos, las lagunas donde se cultivan las ostras de Bouzigues, los atardeceres que tiñen de púrpura las aguas de la Camarga.
11. Degustar la gastronomía local en el barrio de Saint-Roch
El barrio de Saint-Roch, antiguo faubourg obrero reconvertido en distrito bohemio, concentra algunos de los mejores restaurantes de Montpellier. Sus calles estrechas albergan bistrots familiares donde se reinventa la cocina languedociana, wine bars que celebran los viñedos locales, y mercados nocturnos donde los jóvenes chefs experimentan con los productos del terruño mediterráneo.
Montpellier, un arte de vivir mediterráneo
Montpellier no es solo un destino; es una invitación a adoptar temporalmente un estilo de vida donde la cultura y el placer se entrelazan naturalmente. Aquí, una mañana puede comenzar con la contemplación de un Courbet en el Museo Fabre y concluir con una copa de Picpoul de Pinet en una terraza mientras el tramontana acaricia las fachadas doradas por ocho siglos de sol mediterráneo.
Es esa capacidad de conjugar el saber universitario con el arte de vivir meridional lo que convierte a esta ciudad languedociana en una experiencia única. Montpellier no se visita; se habita, aunque sea por unos días, con la certeza de que algo de su luminosa elegancia permanecerá siempre en la memoria del viajero sensible.
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Fotografía © KWON JUNHO (Unsplash)